martes, 28 de febrero de 2017



                                                        REFLEXIÓN DE DESPEDIDA
          Como siempre se ha dicho, Morir es ley de vida, y mi vida se aproxima a su fin. Mi cuerpo se transformará, en agua, calcio y distintos minerales. Mi espíritu se apartará de él quedando libre y es posible que viaje por el universo a una velocidad desconocida.  Es posible que se cruce con infinidad de espíritus, y ya  libre pueda ver a Jesús, a Jesús de Nazaret, a Alá o a tantos dioses de nuestra tierra, quizás unidos en uno mismo.
          Dios es bueno y nunca quiere que en su nombre se puedan hacer malas acciones o malas interpretaciones de la fe. Si así fuera, comprendería los límites del universo y todo sería de otra manera: ni abajo ni arriba, ni luz ni sombras, ni ricos ni pobres, ni dónde empieza ni dónde termina este espacio tamizado de infinidad de estrellas.
          Mi espíritu podría seguir añorando y disfrutando de mi paso material por la tierra, donde tánto he admirado a la madre Naturaleza. Si todo fuera así, os digo que estaría con vosotros y con nuestra virgen de Fátima, por lo menos el día de su fiesta, y os agradecería  que siguiérais manteniendo esta tradición tan  bonita. Quizás lo estaré  contemplando desde cualquier rincón o por lo alto de las encinas, llorando de emoción con lágrimas secas, lágrimas de otro mundo.
          La palabra universo suena a misterio, a algo que está ahí y que no sabemos dónde empieza ni dónde termina, mas es posible que el espíritu resistente al fuego, a la gravedad y a todas las fuerzas materiales nos diga algo, algo que en este estado inmaterial  no podamos revelar. 
          Dicen que las cosas no se hacen solas y esto me hace reflexionar sobre si puede existir algo tan inmenso como el universo sin que haya detrás un ser superior que lo haga posible.
          A tí, joven que te aburres y no sabes qué hacer, te diría que tenemos un mundo lleno sorpresas, muy digno de conocer, y  te pondría unos cuantos ejemplos: cómo viven las hormigas o las abejas, animales que recuperan sus miembros perdidos, animales que se transforman de gusanos repelentes en preciosas mariposas...
          Quiero que no te deprimas, que hay muchas cosas interesantes que hacer, y que te ayudarán a vivir con más alegría. La alegría, si la buscas, la encuentras, y no es necesario comprarla.


                                                                                                    J. Padilla Valdivieso
                                                      15-02- 2017

sábado, 13 de febrero de 2016



                                                          RELATO   ACTUAL
                  Era un domingo de primavera cuando Julián salió de casa para dar un paseo con su hijo de cinco años, mientras su señora se quedaba haciendo las tareas propias del hogar, vivían en una urbanización sin terminar por los problemas de la crisis del ladrillo.
           Con su niño de la mano y la ilusión de seguir adelante en esta etapa tan complicada de la vida; comenzó su paseo junto a un descampado donde unos niños jugaban al fútbol. De pronto los niños se amontonaron soltando entre si todo tipo de insultos, e incluso llegando a las manos. El que arbitraba el partido intentaba poner paz sin conseguirlo. Julian el padre del niño le echó una mano para que el juego llegara a normalidad, a continuación tomando a su hijo de la mano se alejó de aquel lugar.
          Papá papá  ¿porque se pegan?, preguntó el niño asustado
          El padre no tuvo repuesta pero no quería que el niño viera esto y se alejaron de aquel lugar. A lo lejos pudo comprobar que una pareja discutía con violencia y otros menores fumaban porros debajo de un almendro. Dio giro y por una vieja carretera se adentró por zonas agrícolas.
          Julian de 27 años quería mucho a su niño y a su pareja por eso intentaba que no presenciara actos violentos. Aquella tarde lo llevaba de paseo al campo porque en casa tampoco viera la T.V.donde ponen muchas cosas no actas para los niños de su edad. Juan que así se llamaba el niño para su corta edad se expresaba muy bien y siempre le hacia preguntas de difíciles de responder.
          Por fin padre e hijo paseaban solos alejándose de la urbanización, cuando el niño mirando al suelo observaba a un escarabajo en el asfalto con las patas boca arriba, que intentaba darse la vuelta para poder caminar. Señalaba al suelo y mirando a su padre exclamó: Papá... papá ¿que le pasa ? Parece que se está muriendo.
          Juan le dijo el padre: Es que ha tenido la mala suerte de caer boca arriba en el asfalto y como el sol le da de lleno, tiene pocas posibilidades de vivir, en el campo siempre hay alguna planta donde pueda agarrarse y darse la vuelta.
          El padre que desde niño le enseñaron a respetar la naturaleza, encontró un motivo para ir iniciando a su hijo en el respeto que debemos por todo el conjunto natural que nos rodea, y le explicó: Mira Juan el asfalto ha estado a punto de matarlo pero nosotros lo vamos a salvar. Cogió un palito del campo in sin tocar al insecto lo acercó a sus patas que movía sin cesar y se aferró fuertemente a el.
          Mira juan ahora lo vamos a dejar entre las hierbas le dijo mientras se salía de la carretera. Allí ante los ojos del niño el escarabajo ya libre desapareció entre las sombras 
          El niño al contemplar esta acción gritó alegremente:  Papa... papá ...lo hemos salvado.. lo hemos salvado...
          La tarde va cayendo, padre he hijo retornan satisfechos sobre todo Juanito que está deseando de llegar a casa para contar a su madre, para el esta gran "aventura".




                                                                                                  J. Padilla Valdivieso

                                                                                                       13-02-2016   














   

miércoles, 27 de enero de 2016




                                                                   CARBONCILLO

     El día trece de enero de 1985, en compañía de unos amigos y de mi hijo, subimos por el camino de la sierra para de explorar una gruta natural que ellos habían visitado en domingos anteriores.
     
     El equipo que llevábamos era escaso y rudimentario; dos cuerdas de veinte metros, unos  cascos, un carburo, linternas, brújula, cinta métrica, papel y lá piz  

     La entrada de la cueva estaba tan disimulada entre los pinos que nos llevó un buen rato encontrarla, bueno a ellos porque yo , era el más viejo del grupo, esperé al socaire de unos matorrales a que ellos avisaran de que la habían descubierto, lo que no tardó en suceder. Entonces les dije que era necesario retener en la memoria los montículos y señales mas destacadas del terreno para que en otra ocasión la encontráramos más fácilmente. Antes de entrar tomamos unos bocadillos entre tragos de "fanta". El vino del país lo dejamos para el momento de la salida, así nos ayudaría a combatir el frío de la mañana.

     La entrada de la cueva era una gatera que más delante se convertía en una enorme grieta con una longitud cercana a los doscientos metros en sentido oblicuo y en algunos lugares casi vertical, alcanzando profundidades de más de veinte metros. Después de descender a lo más profundo de estas hendiduras, que se van estrechando hasta cerrarte el paso, te sientes confortado por una temperatura muy agradable. Estudiando someramente la orografía del terreno mi conclusión de que debía pasar un acuífero (venero) a unos cincuenta metros de profundidad, en dirección noroeste hacia el valle de Baza, y que este paso de agua produjo, a lo largo de cientos de años esta oquedad alargada y gran cantidad de estalactitas y estalagmitas. Se advertían tres movimientos en la vida de la cueva, producidos quizás por terremotos o por el simple pero constante paso del agua, que habría ido socavando el lecho de arenisca de esta afilada hendidura.

     Todo fue bien dentro de la cueva; pasamos el tiempo distraídos observando las figuras que formaban los chuzos, muchas parecían esculturas de cera derretida y cobraban una presencia espectral y a la vez divina iluminadas después de tanto tiempo por la tímida luz de nuestros cascos. Otras estalactitas estaban en una fase de formación más temprana, de hecho la arquitectura de la cueva y sus catedralicios relieves debían su arte a la más azorosa naturaleza , su inspiración no se secaba, pues no paraba de gotear agua .

     Cuando regresábamos vimos un pequeño murciélago que pendía de una cúpula dentada y nos lo llevamos a casa como recuerdo. Al principio, rechazamos la idea de soltarlo en el piso, pues se trataba de un bicho feo en torno al cual se habían gestado muchas supersticiones, pero finalmente decidimos liberarlo dentro de la vivienda, una vivienda de humanos, para que volara libremente por todas las habitaciones. Mi hijo pequeño de nueve años le puso de nombre "Carboncillo" y el extraño animal se hizo simpático en los doce días que convivió con nosotros.

     Su primer vuelo por toda la casa fue largo, curioso, como si Carboncillo estudiara el lugar donde se hallaba, después se colgó hacia abajo con sus patitas de la barra de la cortina y allí permaneció hasta la noche . Los sonidos debían molestarle, pus movía las orejas sobresaltado cuando se le hablaba y, mientras mirábamos la televisión con la luz apagada, empezaba a planear rozando nuestras cabezas, una y otra vez, como si quisiera decirnos que lo devolviéramos a su ambiente, a su gran mansión de soledad y silencio.

     Carboncillo nunca dió una queja ni emitió sonido alguno, pero de alguna forma establecimos un código y, cuando su vuelo se hacía insistente, le abríamos la puerta del baño dejando correr el grifo un hilo de agua. Se enganchaba y bebía con ansia  mientras se dejaba acariciar sus pelillos de ratón.

     Yo pensaba que comería insectos pero, en realidad, el cambio lo estaba matando. En sus últimos vuelos su sistema de radar fallaba y rozaba las paredes. Creí que se adaptaría al ambiente, que seria un simple despiste, pero no ocurrió así. Se fue debilitando y la última noche no tuvo fuerzas para engancharse del grifo y cayó a la bañera. Mi hijo me llamó asustado diciendo que Carboncillo se había caído. Acudí y pude verlo arrastrarse sin fuerzas. Lo puse con mucho cuidado sobre una hoja de periódico para ver si era un ligero trastorno y se le pasaba pero cada vez se movía con mayor dificultad, se apagaba irremediablemente. A mi hijo Miguel Angel se le formó un nudo en la garganta cuando le aseguré que Carboncillo no volvería a volar. Aquella diminuta criatura estaba pagando con su vida nuestra tremenda ignorancia acerca de su forma de vida. Nos cansamos de mirarlo y ala mañana siguiente ya estaba muerto, con sus orejillas de punta, como si fueran de finísima cartulina.

     Fui consciente de que nuestro capricho egoísta no era un buen ejemplo y aproveché la ocasión para aleccionar por diferenciación, ya que no por imitación, y le dije a mi hijo que no volveríamos a tener cautivo a ningún animal, que la libertad de Carboncillo era pura como el aire de la sierra, y callada como la vida en la gruta y más digna que nuestra libertad, derecho muchas veces mal interpretado.

     Desconozco el nombre de aquella cueva y, desde entonces,la llamamos "La cueva de Carboncillo", en honor a aquel quiróptero que´con su extraño lenguaje, nos suplicó que lo devolviéramos a su hogar. Es posible que, en aquella tranquilidad donde no parece contar al tiempo, la pareja de Carboncillo aún le espere y crea, ajena al desenlace de su historia,que cuelga con con perezoso letargo de alguna arista cercana.


                                                                                       J. Padilla Valdivieso

 Relato de mi libro  Vidas de Antaño           26 de enero de 2016



     


sábado, 26 de diciembre de 2015



                                                             NAVIDAD
                                           La gran autovía cruza la sierra,
                                           los coches pasan sin detenerse,
                                          con conductores obsesionados
                                           que algunas veces no llegan
                                           ¡Que enorme prisa!, y luego comentan:
                                         "  He recorrido trescientos kilómetros
                                           en menos de dos horas y media".
                                                ---------------------
                                            De qué vale correr tanto
                                            sin mirar lo que te rodea,
                                            serías feliz en cualquier parte
                                            sin tantas cosas nuevas.
                                            Has pasado por un lugar,
                                            en esta noche tan buena,
                                            donde unos niños cantaban,
                                            cantaban a la Nochebuena,
                                            Y lo hacían de tal forma,
                                            y lo sentían de tal manera
                                            que me hicieron recordar
                                            mi infancia por estas fechas.
                                                    ----------------
                                            Si tú lo hubieras sabido
                                            te habrías parado un momento
                                            para ver en plena sierra
                                            un singular encuentro
                                            al que no faltaba de nada
                                            ni el asno,ni la oveja ni el perro,
                                            todos eran seres vivos
                                            que festejaban el encuentro.
                                          ¿Habrá algo más hermoso
                                            que el nacimiento de un niño?
                                           Preparemos mejor este mundo
                                           para poder recibirlo
                                           que nos falta mucho amor
                                           y nos sobra  egoísmo.

                                                                                                       J. Padilla Valdivieso
           


                                                                                                                             25-12-2015


                    Después de uño de silencio,  vuelvo a poner nuevos relatos en mi blog, algunos  de hechos recientes. Ya es invierno y en el cortijo, al calor de la chimenea, sin más compañía que mi perra Sena y el chisporroteo de la leña al quemarse recupero un poco la inspiración perdida.
                    En esta ocasión os cuento la historia de Piedad Olmedo Molína "Piedad la de los Perros" algunos la llamaban así, porque ella defendía a capa y espada a todos los animales, sobretodo a los perros.
                   En las noches frías de invierno con ayuda de su amigo José repartía comida en Baza depositando junto a los contenedores. Piedad con 55 años de edad, un cáncer le ha quitado la vida, el domingo 13 de diciembre de 2015. No la ha dejado celebrar la Navidad, ni despedirse de este año de 2015, ni tampoco de muchos de sus amigos.
                  En la capilla del tanatorio se hizo mención a su espíritu fuerte para aceptar el final de su vida, como también a sus grandes condiciones como persona.
                  Era auxiliar veterinaria y gracias a ella mi perro Ore se salvó de un envenenamiento cruel sobreviviendo después mas de 12 años. Piedad me transmitió ese espíritu de respeto a todos los animales.
                  Una llamada por teléfono me comunicó su muerte, estaba en el campo y al recibir la noticia mis ojos se llenaron de lágrimas, mi perrita Sena viéndome así vino zalamera a depositar su cabeza en mis rodillas quizás tratando de consolarme.
                  Piedad como es lógico los animales no pueden expresar tu triste ausencia, pero yo lo hago en su nombre y te dedico los versos que escribí a la muerte de mi perro "Ore" aquel perro que me salvastes  de una muerte segura

                                     HOMENAJE A LOS ANIMALES SOBRE TODO
                                                    A NUESTRAS MASCOTAS
                                                   Año 2013, nueve de febrero,
                                                    hoy me siento muy triste
                                                     porque he enterrado a mi perro,
                                                     antes de echarle la tierra
                                                     lo puse mirando al cielo

                                                     No me avergüenza decirlo
                                                     que en la mañana en silencio
                                                     mientras lo enterraba 
                                                     mis lágrimas mojaban su pelo,
                                                     ha sido un animal ejemplar,
                                                     ha sido un perro muy bueno.

                                                     Año 2013, nueve de febrero
                                                      hoy me siento muy triste
                                                     porque he enterrado a mi perro,
                                                     antes de echarle la tierra 
                                                     lo puse mirando al cielo.


                                                                                               J. Padilla Valdivieso.



                                                                             NAVIDAD DE 2013
                                                     
                                                    
                                                
                                              .








































                                                                                                                           25-12-2015
                                         

martes, 21 de octubre de 2014

   El otoño ha llegado en este mes de octubre;  los arboles se despojan de sus hojas amarillas, nosotros recordamos los buenos momentos de la primavera y del verano y nos vamos preparando para recibir de nuevo al invierno. Es la noria de la vida, que gira sin que nadie la pueda detener. Pronto llegará el invierno, propicio para pensar en sus largas noches al lado de una chimenea en el cortijo, teniendo de fondo el sonido característico del chisporroteo de la leña  al quemarse. Me gusta meditar en soledad en este ambiente y puede que de nuevo recuerde alguna historia del pasado que no dudaré en poner en mi blog.
   En esta ocasión os ofrezco el relato ‘Los higos de Doña Concha’, de mi libro Vidas de Antaño.

                                                         Los Higos de Doña Concha

Iniciaremos el relato poniendo nombres a nuestros protagonistas, nombres falsos que no se refieren a nadie en concreto. Sólo pretendo recordar una época pasada para que los jóvenes de hoy comprendan los sacrificios de nuestros mayores y, éstos a su vez, recuerden  Vidas de Antaño.
   Fue a mediados del 1947. Después de la guerra civil España estaba destrozada en lo económico y en lo moral; odios y rencores entre vencedores y vencidos, heridas que sólo el tiempo ha podido ir cicatrizando. Había hambre, las viviendas eran escasas y las familias errantes tomaban por hogar cualquier puente o excavaban en el terreno cuevas  para poder combatir el frío o el calor. Los más afortunados que gozaban de ciertas amistades podían instalarse en algún cortijo cuidando las tierras con los aperos del señorito o bien trabajar de muleros, gañanes o pastores, sin más sueldo que la comida, escasa y mala, y cobijo en los peores lugares de la casa, sin luz ni agua corriente. Se daba también la paradoja de que cuando los aduladores del señorito conseguían alguna finca para cultivarla a medias, eran más usureros que el propio señorito y explotaban sin piedad a sus compañeros trabajadores.
   Situándome en aquella época, intentaré contar otra curiosa anécdota de nuestros protagonistas: Luis; María y sus hijos Eduardo y Juan. Como ya sabéis, esta familia vivía en un cortijo que era propiedad de una señora del pueblo; Doña Concha, viuda, de mal genio y propietaria de varias fincas de las que los labradores tenían que darle la mitad de la cosecha en concepto de renta. Su quehacer consistía en ojear la cosecha y la era rodeada de hacinas de trigo y demás cereales, para que no le sisaran los labradores ni se comieran el grano las gallinas.
   Un día visitó a los labradores sin previo aviso, recorrió la huerta para ver las hortalizas y los frutales y se detuvo un momento contemplando una pequeña higuera, entre cuyas grandes hojas se podían contar cuatro higos aún verdes. Al verlos empezó a llamar a Luis a grandes gritos. Este, dejando las tareas de la era, acudió corriendo.
- ¿Qué desea doña Concha?
- Mira Luis, esta higuera es muy buena y quiero probar los higos, así que ojo con que estos no se pierdan. ¿Me has entendido?
- Sí señora. ¿Manda algo más la señora?
- No Luis. Puedes retirarte.
   La visita de Doña Concha terminó dejando como despedida un perfume recargado y de mal gusto que se mezcló con el olor de las plantas del campo.
   Pasada una semana, Luis fue a la higuera para comprobar si los cuatro higos estaban maduros. Se llevó un gran disgusto pues sólo quedaban dos; sus hijos se los habían comido los que faltaban a pesar de que estaban advertidos. Subió a casa muy enfadado repartiendo pescozones a los niños y discutiendo con su mujer.
   Al día siguiente colocó en una cestita de esparto unas hojas como adorno en el fondo y los dos higos que quedaban, aparejó la mula y se dirigió al pueblo a casa de Doña Concha. Con timidez levantó el aldabón dorado de la puerta y llamó, y como nadie contestaba repitió con más fuerza los aldabonazos. Por fin, Doña Concha respondió:

- ¿Quién es?
- Gente de paz. –exclamó Luis.
   Posiblemente Doña Concha estaba durmiendo y Luis tuvo que esperar más de veinte minutos, durante los cuales consiguió leer la única frase que decía: “Dios bendiga esta casa”. Estaba escrita en un cuadradito a la entrada de la casa.
- ¡Hombre Luis ¡ ¿Qué te trae por aquí?
- Mire señora, venía a traerle los higos de la nueva higuera para que los pruebe.
   Mientras lo decía, alargaba la cestita con sus manos inclinando su cuerpo hacia delante, como si hiciera una reverencia. Doña Concha tomó la cesta y en seguida se dio cuenta de que solamente había dos higos.
- Luis. ¿Qué me traes aquí? Había cuatro.
- Perdone señora, mis hijos se los han comido…Ya sabe como son los niños.
- ¿Y cómo se han comido mis higos?
- Señora, les he dado una paliza. No lo harán más.
     - ¿Y cómo se han comido mis higos? -volvió a decir Doña Concha con grandes gritos de indignación.
       Luis cambió de postura y, en un gesto valiente, arrebató la cesta a Doña Concha, se puso frente a ella y se comió un higo de un bocado mientras le explicaba:
-     Señora, así se los han comido.
   Cogió el que quedaba y, ante los ojos atónitos de Doña Concha se lo comió también repitiendo la misma frase y gesto explicativo. Después se dio la vuelta y se marchó, triste pero satisfecho, triste porque sabía que pagaría caro aquel gesto de orgullo y dignidad, como así fue: Doña Concha lo expulsó del cortijo.
  Tanta avaricia para nada; Doña Concha ya murió y el cortijo de este relato hoy es un montón de escombros que pocas personas recuerdan.

                                                                                                                      José Padilla Valdivieso



martes, 2 de septiembre de 2014

En esta ocasión, próxima al mes de septiembre y a la feria y fiestas de esta ciudad de Baza, incorporo a mi bloc el relato “Marivió” de mi libro Vidas de Antaño. No pretendo demostrar que aquellos tiempos 1956 y 1957 fueran mejores, solamente os diría que eran distintos. Este relato está basado en hechos ocurridos hace unos 58 años en esta feria y fiestas de Baza. Observareis como era la adolescencia y el respeto que sentían los chicos por la mujer con un trato exquisito y ejemplar.
   En aquellos tiempos, una mirada, el roce de una mano o una sonrisa era algo maravilloso para muchos jóvenes, la felicidad no se compraba sólo se esperaba con paciencia a que llegara y cuando esto sucedía de una manera natural el cuerpo y la mente salían fortalecidos. Solamente en ocasiones un vaso de vino de poca calidad con los amigos aliviaba las penas.  
   También quiero agradecer y animar a los que visitan mi blog desde lugares tan lejanos como Estados Unidos o Canadá, que comenten mis relatos, así me iré corrigiendo y adaptando a las actuales generaciones.        

                                     MARIVIÓ
    A continuación, relataremos el primer amor de Eduardo. Así comprenderemos lo deprisa que ha avanzado este medio siglo. En cualquier caso, el amor es un sentimiento siempre bello que sólo ha variado en su grado de expresión; se ha pasado de la ingenuidad al descaro. Bendito descaro si obedece a un sentimiento sincero.
     Vino al pueblo un pequeño circo llamado Marivió. Recorría muchos pueblos de de España desde hacía varios años, siempre de feria en feria pregonando lo mismo pero en distinto lugar para despertar la curiosidad de las gentes y hacerles pasar por taquilla.
     Era tan pequeño el circo Marivió que el público dudaba de la calidad del espectáculo pero ¿Quién se lo iba  a perder por dos pesetas? En el interior había unos muñecos mecánicos que divertían al público con sus graciosos giros, el resto estaba en la puerta; una joven de unos diecisiete años sentada detrás de una mesa de cristal que hacía de taquilla. Desde allí lanzaba su voz cálida al viento con un micro en la mano. La sonrisa en los labios y la hermosura de sus ojos, que eran los que sabían retener al público mientras gritaba:
            -¡Circo Marivió!  ¡Circo Marivió! Pasen cuando gusten y salgan cuando lo deseen.
     El timbre suave de su voz se mezclaba con el trajín de la feria y  atraía a más de un joven para admirarla. Se llamaba Violeta, nombre de flor escondida y humilde. Dependía del público y por eso tenía que estar expuesta a los ojos de la gente, pero tenía la timidez de la flor que llevaba su nombre. Una flor tan bonita al borde de una senda por donde no dejaba de pasar gente caprichosa duraría bien poco. En efecto, un hombre de malas intenciones la estuvo acosando con una constancia increíble hasta que despertó el corazón de Violeta. No es cosa difícil enamorarse en la adolescencia y más cuando el hombre era del gremio y la seguía a todas partes.
     El tiempo demostró que no era amor lo que movía a su compañero, quizás era un deseo caprichoso, la curiosidad o el orgullo de alcanzar una nueva meta y, conseguida ésta, solo iba a buscarla cuando las cosas no le iban bien, usándola como consuelo a su alborotada vida y destrozando su corazón sensible. Empezaron los sufrimientos de Violeta. Era su primer amor quizás porque no tuvo oportunidad de conocer a nadie más; solo estaba en un pueblo el tiempo que duraban las fiestas. Su padre, hombre serio y conocedor de la vida errante le solía decir.
     -No quiero que salgas con ese hombre. Tu hermana que es mayor que tú y no tiene novio y a ti no  se te pasa el tiempo. Ya sentaremos un día la cabeza; cambiaremos de profesión y podrás conocer clase de personas que no estén tan maleadas de dar tumbos por el mundo.  Hija mía, hace tiempo que quiero que se pierda para siempre el nombre de Marivió y quiero que acabe limpio como ha sido nuestra familia. Si no hay otro trabajo volveremos a la tierra. Hace cuatro años que empezamos esta vida y estoy cansado, muy cansado. Quiera Dios que no muera sin apartaros de los ojos maliciosos de la gente. Piensan mal de vosotras porque tenéis que atraerlos con simpatía. Viciosos miserables. Que poca moralidad tienen. No entienden que mi Maruja y mi Violeta son honradas porque lo llevan en la sangre. Quisiera yo ver a sus hijas o hermanas en el ambiente en vosotras vivís. Entonces comprenderían que la verdadera honradez es la que se mantiene sólida, aunque esté envuelta en la maldad de esta vida. Tengo un temor desde que te ví hablar con ese hombre; procura apartarte.
     Diciendo esto salió de la carpa, dejando a su hija en un doloroso silencio. Su padre tenía razón pero quizá era un poco tarde y se sentía incapaz de contradecir al miserable.
     Una tarde Violeta, sencilla y alegre, hacía propaganda como acostumbraba, cuando su novio cruzó con una mujer de dudosa reputación. Una palidez mortecina asomó a su rostro. Su voz hizo vibrar el micro al decir:
     ¡Oiga! ¡Oiga! Por favor…
     Su hermana la miró con indignación y Violeta dio un final distinto a su frase:
     …saquen sus localidades.
     Transcurrió un año, durante el cual su pareja ya la abordaba. El amor que su amante había logrado grabar en la inocente mentalidad de Violeta ya no existía, tan sólo quedaba repulsión hacia el hombre que la había engañado y una profunda desconfianza hacia todos los hombres. Pero Violeta callaba; si su padre hubiera sabido toda la verdad, podría haber tomado una fatal decisión.
     Una noche de 1957, Violeta conoció en un pueblo andaluz a un joven. Se llamaba Eduardo y, como sabemos tenía el alma de un niño.
     Hacía rato que el sol no brillaba y las luces de Marivió lucían con esplendor. Todo era alegría en las primeras horas de la noche. La gente paseaba, los tocadiscos animaban el ambiente y los niños se montaban en el tiovivo o en los “caballitos “como allí se les decía. Miraban indecisos todas las atracciones sin saber a cual dirigirse. Los caballitos hipnotizaban a los más pequeños, cuyas ilusiones danzaban al ritmo de sus giros. De repente, se fue la luz en la feria. Unos gamberros no dejaban de molestar increpando a Violeta, que trataba de disuadirlos sin demasiado éxito. Súbitamente, una voz recia pero bien modulada ordenó:
 - ¡Cerrad la boca, cobardes! Habláis así porque tenéis las caras ocultas por la oscuridad pero a la luz del día os avergonzaríais delo que estáis diciendo.
     A estas palabras siguió un silencio, pues todos creyeron que se trataba de una autoridad. La duda no duró mucho porque la feria volvió a iluminarse y todos pudieron ver que se trataba de un joven que, a juzgar por su aspecto, debía de ser fuerte y ágil como un felino. Entonces  intervino el padre de Violeta, alejando definitivamente a los gamberros  y devolviendo todo a la calma
     Mientras Eduardo asistía al espectáculo Violeta se preguntaba quién sería ese joven tan apuesto que la miraba de modo extraño y decidió darle las gracias cuando acabara. Finalizado el espectáculo, la muchacha buscó con la mirada al joven que la había defendido y, por fin, se destacaron entre la gente unos ojos que, al mirarla, la estremecieron. Con la vista puesta en el suelo murmuró:
 -   Gracias.
-    No tiene importancia.
     Cuando Violeta levantó la mirada el joven había desaparecido y se quedó intrigada preguntándose quién sería.
     A la noche siguiente, cuando ya había perdido las esperanzas de volverlo a ver, se presentó Eduardo en la taquilla y le dijo:
     -Señorita, deme  una entrada.- y al decirlo sonreía de una manera amistosa.
     Violeta se las dio y, al coger las dos pesetas, halló entre ellas un caramelo. Alzó los ojos y el joven insistió:
  -Eso es para usted.
  -Gracias pero… ¿Qué me da? ¿Se burla de mí?
  -Nunca me burlo de nadie. No lo tire, guárdelo. –y diciendo esto se alejó.
     Violeta siguió vendiendo entradas y, no pudiendo resistir la curiosidad, llamó a su hermana para que ocupara su puesto. Deslió el envoltorio y empezó a desliar una cuartilla. Se trataba de una carta y no de un simple caramelo, y decía así:

   Admirada señorita:
  Ante todo, pido perdón por permitirme el atrevimiento de querer su amistad. También quiero decirle que si en algo puedo ser de su ayuda, disponga de mí sin ninguna vergüenza.
     Este es mi pueblo y esta es mi feria. Lo que ya no es mío es mi pensamiento desde la otra noche. Yo me paseaba y me divertía como todo el mundo cuando llegó a mis oídos una voz de mujer. Sentí curiosidad por saber de dónde salía y llegué hasta su circo. Me empapé de su simpatía y luego sentí sus ojos fijos en los míos al darme las gracias por defenderla. No sé qué hay  en el azul de sus ojos, pero parecen tener una sabia experiencia, un fondo sencillo y sereno, como las musas de los antiguos romances.
     Pero dejaré de elogiarla para pedirle algo; quisiera ser su amigo. Si lo consigo, podré decir que esta es la feria más feliz de mi vida y que quedará en mi memoria un hondo agradecimiento hacia usted.

Eduardo

  Mientras Violeta leía, su hermana Mari observaba como su rostro irradiaba alegría y le preguntó.
- Le has gustado. ¿Verdad?
- Parece que sí. Mira lo que dice.
Las dos leyeron de nuevo la carta y Violeta le contagió su pueril alegría
- Pobrecillo, es casi un niño. ¿Te vas hacer su amiga?
- ¿Qué remedio me queda?
- ¿Y el otro?
- Ni me lo nombres.
- Entonces ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé. Lo que si te digo es que me guardes el secreto.
Mientras hablaban alguien las estaba mirando; era Eduardo. Ellas se miraron sorprendidas, pues no esperaban que volviera tan pronto.
- Me ha gustado su espectáculo, señorita. Lo encuentro gracioso y entretenido. ¿Y usted?  ¿Qué me dice de esa carta?
- Nada que también está muy bien
- Entonces ¿acepta mi amistad?
- Sí, pero dígame qué le ha movido a dirigirse a mí, habiendo tantas chicas en la feria que ya quisieran que usted les dijera algo.
- Eso es muy pronto para explicarlo.
- Ya comprendo. Usted tendrá su novia y en los ratos libres viene a divertirse con la niña del circo. ¿No es así?
- No es así. He venido aquí por algo que ni yo mismo sé, pero eso no quiere decir que no la estime.
- Pero si soy muy niña y muy poquita cosa. ¿No le parezco feúcha?
  - No tiene usted nada de fea para mí.
  - Entonces  ¿Se echaría una novia como yo?
Al decir esto, Violeta se quedó observando atentamente el rostro de Eduardo y advirtió que se había sonrojado y que no se atrevía a contestar. Violeta se emocionó; hacía mucho que no veía a un hombre ruborizarse ante ella y, antes de que hablara, apostilló:
- Piénselo, que estas cosas empiezan en broma y luego lo mismo duran  para toda la vida.
- Sí comprendo. A pesar de todo, estoy dispuesto a ser su novio.
Violeta se echó a reír mirando a su hermana, que no andaba muy lejos, y después prosiguió:
- No amigo, esto ha sido una broma. Es demasiado pronto para hablar de estas cosas. Además, mi vida es muy diferente a la suya. Podemos ser amigos los días que esté por aquí, si usted se porta como espero, y después me iré. Pero no se ponga así Eduardo. ¿No es así como se llama?
- Sí es mi nombre, ¿y el suyo?
- Si se fija en el nombre de mi circo verá que está formado por tres sílabas; las dos primeras corresponden al nombre de mi hermana Mari, y la última al mío, Violeta por eso el circo se llama Marivió
- ¿Y a quién se le ocurrió este nombre?
- Fue a mi padre.
- Me gustaría que me lo presentaras.
- No, ni pensarlo. Lo que debemos procurar es que no nos vea juntos.
Así empezaron a conocerse y cada día que pasaba sentían más tener que separarse. Violeta se percató de esto y comprendió que no podía utilizar a aquel joven, apenas un chiquillo dispuesto a todo antes de separarse de ella. “No puedo engañarle –se decía – No tengo valor ni él se lo merece. Pero  ¿para qué hacerse ilusiones con un hombre que no puede ser para mí?  Y el otro sigue con sus amenazas porque no acepto sus caprichos y cualquier día lo pondrá todo al descubierto. Dios quiera que lo que queda de honra pueda conservarla hasta la muerte. Le he prometido que esta noche lo esperaría al cerrar la feria. ¿Por qué lo he hecho? A la mejor es que siento algo por él. Pobrecillo, y me pedía permiso para darme un beso. Mi vida entera se la daría yo. Pero para que encariñarnos más, si no vamos a poder estar juntos, sí esta es la última noche y mañana dejaré este pueblo. En fin, acudiré para hacerlo entrar en razón aunque tenga que negar sus caricias.”
La feria se quedó en silencio, las casetas fueron cerrando unas tras otras. También las luces de Marivió se habían apagado. Eran las dos y media de la madrugada y en ese momento sólo se oía la orquesta de la caseta municipal interpretando un pasodoble que sonaba muy lejano. La noche percibe instintivamente la vibración de un corazón que esperaba y los ojos de Eduardo buscaron, entre las escasas luces, a alguien que no tardó en aparecer; era ella y esa noche estaba más bonita que nunca.
  - ¡Violeta!
       - ¡Eduardo!
       - No Eduardo, eso no. Me prometiste que sólo era para hablar con conmigo.
El abrazo frustrado de Eduardo dio paso a un gesto de dolorosa resignación y sus brazos cayeron inertes a lo largo de su cuerpo.
- Violeta ¿Por qué me rechazas? No te comprendo. Creí que tus ojos me decían que me querías pero ahora veo que me equivoqué.
- Eduardo, no te engañaron mis ojos. Hubiera sido mejor no conocerte porque me gustas pero no puede ser
Al decir estas atormentadas palabras, su esbelto cuerpo pareció desplomarse un momento. Eduardo la estrechó entre sus brazos y ella escondió el rostro en su pecho. Allí murmuró palabras casi inaudibles, como si directamente quisiera comunicar algo al agitado corazón de su compañero. 
  - Violeta. ¿Por qué lloras? No te preocupes. Iré donde tu vayas. Haré lo que tú me digas pero deja que te dé un beso.
De pronto sintió un cuerpo que se estremecía entre sus brazos y de aquella boca que tan cerca estaba de la suya brotaron estas palabras:
    - No lo hagas Eduardo, te pesará después. ¡Déjame!
 El joven la dejó desconcertado y ella rompió a llorar y emprendió veloz carrera hasta llegar a su circo.
Días después: Sólo quedaba de la feria el hueco vacio que antes ocupaban las casetas. La gente que pasaba no se detenía y cada cual caminaba imbuido en sus tareas, como era propio de los días laborales. Eduardo caminaba más despacio. Su cabeza inclinada parecía buscar en el suelo algún objeto perdido. Llegó al lugar donde había estado emplazado Marivió y se detuvo. Echó un vistazo a su alrededor y se retiró lentamente mientras la brisa jugaba en torno suyo haciendo remolinos con las hojas secas. Alguien se acercó
- Eduardo. ¿Qué buscas?
 - Nada.
 - Vente conmigo y tomamos unos vinos.
Se trataba de un amigo suyo que hacía semanas que no veía, fueron a una tasca del pueblo.
- Cuéntame algo, amigo. Nunca te vi tan triste.
- ¿Qué quieres que te cuente? ¿Sabes?  Me harías un gran favor si me ayudaras a escribir unos versos a una mujer.
- Podemos intentarlo. ¿Para quién son?
- Para esa chica del circo. ¿La conoces?
- La he visto.
- Es muy extraño el comportamiento de esta chica. Bebe mientras te cuento la historia. –dijo Eduardo.
Su amigo le escuchó en silencio y pidió otra ronda.
-Amigo, tienes que ayudarme expresando tus sentimientos sin reparos, porque es muy bonita esta historia y me gustaría escribirla si me das permiso.
Los dos permanecieron largo rato en el local imbuidos en la historia y su amigo escribió este soneto:
                 Yo he conocido una gentil Violeta
                  con sus ojos azules. Mi corazón
                  se fue muy lejos, murió la ilusión,
                  tan sólo me queda una esperanza muerta.
                  ¡Oh, mi más sencilla y amada Violeta!
                   Muchas noches he soñado tenerte
                   Junto a mi lado, volver a perderte
                   y, desesperado, hallarte inquieta.
                   Alejarte de ese ruido mundanal
                    para asirte a mi vida, más luego pensé:
                   “¿Más que el amor amará la libertad?”

                     Entonces, en mi sueño yo te solté
                    y, como una paloma que desea volar,
        .           miró dulcemente y llorando se fue.

   Posiblemente, este soneto llegaría a las manos de Violeta y al leerlo lloraría amargamente. Eduardo, ajeno a la suerte de Violeta, hoy es feliz con otra mujer junto a la que ha olvidado casi por completo los recuerdos de aquella feria. ¿Y ella? ¿Seguirá soñando y rodando por esos pueblos o habrá encontrado un árbol que le dé sombra? ¿La habrán conducido los zarpazos de la vida a una completa deshonra? Yo no lo sé.  ¡Pobre Violeta! Pero si tengo noticias de su vida podré ofrecer a los lectores de esta historia la segunda parte de Marivió.


                                                                                                          José Padilla Valdivieso 

jueves, 14 de agosto de 2014

  En este mes de agosto pleno de festejos en todo el Altiplano granadino quiero hablaros de Gor, un pueblo que está dentro del Parque Natural Sierra de Baza, y de sus fiestas populares con sabor a tiempos de antaño.
  Estos festejos de verano se celebran los días 8, 9 y 10 de agosto. Lo más destacado son sus encierros, con una antigüedad centenaria. Desde esta página os invito a presenciar o participar en estos encierros o en sus tres espectáculos taurinos. A mí en particular prefiero los encierros donde el toro no recibe ningún mal trato: es un juego limpio y serio a la vez entre el toro bravo y los mozos del pueblo y llegados de otros lugares. También se puede visitar previo aviso al teléfono 608959901 la ermita del Royo del Serval para ver la Virgen de Fátima. Como todos los años, tenemos lotería para la próxima Navidad,  el número: 03555 al precio de 23 €. Con el décimo también regalamos una papeleta en combinación con el sorteo de la ONCE del 27 de enero de 2014 donde te puede tocar gratis el alojamiento en esta misma finca para un total de 6 a 7 personas un fin de semana. Los interesados pueden reservar su décimo en el teléfono arriba indicado.
     También podéis visitar el Parque Natural Sierra de Baza, el Centro de Visitantes, situado en plena sierra y que suele organizar actividades relacionadas con la naturaleza. Otros parajes interesantes pueden ser las diversas aldeas abandonadas, las minas de mineral con grandes escombreras o restos de la arquitectura popular de los años, que nos demuestran cómo aquellos serranos eran autosuficientes y prácticamente no necesitaban comprar nada ni pagaban ningún tipo de impuesto.  Si están interesados en visitar algunos de estos lugares, nosotros haríamos de guías gratuitamente.
    En esta ocasión os mando un reportaje del alojamiento Finca los Belgas.  Sin otro particular un cordial saludo y perdón por la tardanza.  




                                                                    José Padilla Valdivieso